Abordaje terapéutico psicosomático

¿Qué entendemos por psicosomático?

En general se entiende por trastorno psicosomático, a una enfermedad somática causada o agravada por un conflicto psíquico. En condiciones normales, mente y cuerpo forman una sola unidad. La enfermedad psicosomática es la consecuencia de la fractura de esta unión, cuya característica observable es la somatización.

Ubicamos en el cuerpo la sede de los síntomas psicosomáticos. Pero reducir el cuerpo a un mero organismo implica dejar de lado la importancia, en el proceso de enfermar, de la relación del sujeto con su cultura, con los otros, con lo simbólico. El cuerpo implica el entramado de tres sistemas que lo constituyen y responden a leyes diferentes: El orgánico, El psíquico y El cultural. El factor psicológico es un factor necesario, pero no suficiente para la aparición de la enfermedad. Su etiología vendría dada por la conjunción de una serie de elementos: la vulnerabilidad constitucional del órgano afectado, una constelación psicodinámica (conflicto específico) y una situación ambiental desencadenante.

Las personas que presentan trastornos psicosomáticos tendrían un estilo de personalidad característico: sobreadaptados que somatizan, presentan un tipo de “acomodación” acelerada a la realidad externa y desapegada de la realidad psíquica. La hiperadaptación a la realidad externa produce la disociación de sus vivencias emocionales, restricción creativa, pérdida de la capacidad de fantasear e imaginar y en este contexto emerge el síntoma somático. Estos pacientes presentan un funcionamiento de riesgo con escasa o incierta mentalización, vida operatoria y alexitimia. En estas condiciones las respuestas del sujeto a los factores de stress, tienden a ser del orden de la angustia automática, es decir la imposibilidad de ligadura representacional.

En la vivencia de estrés el evento y/o entorno está circunscrito en tiempo y espacio e impacta en el psiquismo desorganizándolo pero permitiendo una reorganización posterior gracias al desarrollo de mecanismos de defensa. Pero si se sostiene en el tiempo o se repite implica distress e implica una sobrecarga adaptativa que puede derivar en vivencia traumática. Rompe la articulación existente entre afecto y representación y se conserva en el psiquismo como hecho no elaborado ni elaborable. Se sostiene junto a vivencias de desamparo, desvalimiento y vacío.
Puede haber cierta continuidad entre vulnerabilidad y resiliencia que se define en tres ejes: funcionamiento mental,
recursos del Yo y vínculos intersubjetivos. Los recursos del Yo definen la manera en que un sujeto evalúa y responde a los sucesos vitales y las características de estas respuestas influyen en su condición de más vulnerable o más resiliente. Aquí es donde se plantea la relación entre defensa y el mecanismo cognitivo comportamental conocido como afrontamiento. En términos generales lo que se llama defensa es inconsciente, asociado al conflicto interno y con cierto sesgo patológico. En cambio el afrontamiento sería preconsciente-consciente, frente a un factor externo y con sesgo adaptativo-saludable.

Afecciones psicosomáticas más frecuentes:

  • Depresión, ataques de pánico, trastornos de ansiedad, insomnio
  • Trastornos gastrointestinales (colon irritable, úlceras, diarrea, estreñimiento, gastritis, dispepsia)
  • Afecciones cardiovasculares (hipertensión, IAM, hipotensión)
  • Afecciones de la piel (psoriasis, eczemas alérgicos, urticaria, acné y trastornos circulatorios cutáneos)
  • Dolor de cabeza
  • Disfunciones sexuales (impotencia, anorgasmia femenina, trastornos menstruales)
  • De los sentidos (conjuntivitis, trastornos sensoriales)
  • Osteomusculares (lumbalgia, calambres, artralgias y ciertos casos de artritis.)
  • Afecciones respiratorias: (crisis asmáticas, rinitis, bronquitis)

Empezar puede ser lo más difícil

En primer lugar y de forma constante en cada consulta se debe tener en cuenta las características particulares de cada sujeto, esta perspectiva ideográfica –cercana a la noción del “caso por caso” nos impulsa a tratar de conocer en un sujeto determinado que tipo de manifestaciones y respuestas predominan y de allí inferir que tipo de funcionamiento psíquico es predominante y así considerar sus condiciones de vulnerabilidad y/o resiliencia mas allá de cualquier consideración nosológica , de manifestación psicopatológica o somática. En la terapia se accede a la representación inconsciente del cuerpo y no al cuerpo físico como objeto de indagación, se opera sobre las representaciones conscientes e inconscientes del cuerpo.

En el tratamiento los objetivos son disminuir las crisis, acortar la duración de las mismas y evitar en lo posible la repercusión de los trastornos en el desarrollo personal del paciente.
Se debe lograr una buena relación médico-paciente y tener un abordaje integral del trastorno psicosomático.
Es importante realizar una adecuada psicoeducación explicando las características de la enfermedad, los desencadenantes y los agravantes. El paciente deberá mantener un rol activo en el tratamiento.

Se trabajará con el encuadre que brinda la psicoterapia focal (se aborda el conflicto que genera mayor repercusión afectiva-conductual y por tiempo limitado), que abarca dos niveles distintos:
Nivel experiencial: la relación terapeuta-paciente.
Nivel cognoscitivo: interacción entre las asociaciones del paciente y las intervenciones del terapeuta.
El objetivo es traer las vivencias de la relación terapéutica (experiencial) al nivel de la interacción verbal (cognoscitivo).

Lo central es el vínculo paciente-terapeuta, concebido como un proceso que es característico de esa díada y desencadenado por el despliegue de ese encuentro. El centro no está en la psicopatología ni en la psicodinamia, productoras habitualmente de metalenguajes que nos alejan de datos clínicos objetivos cuando son comunicados. Esta concepción se aproxima al paradigma diádico del proceso: ambos participantes lo conforman y lo determinan. La comprensión empática y la interpretación constituyen su unidad psicoterapéutica básica. Son los factores curativos de este proceso terapéutico.

Una vez delimitado el foco, se abren dos caminos:
Ayudar al paciente a reconstruir su anterior modalidad de comportamiento.
Utilizar el foco para reexaminar sus habituales maneras de comportarse, ya que son las responsables de su patología actual.
La indicación de psicoterapia focal requiere:
a) Del paciente:
1) Que el foco elegido sea egodistónico, para posibilitar el interés en el trabajo.
2) Capacidad de frustración, para dejar de lado otros focos temáticos.
3) Capacidad de insight, para poder comprender las interpretaciones.
4) Ausencia de alteraciones del juicio de realidad.
b) Del terapeuta:
1) Capacidad de observación sensible, ya que en muchos ámbitos de nuestro medio, los psicoterapeutas han dejado de tener como meta al ser humano que sufre y su éxito y su fracaso se estiman, sobre todo, por los instrumentos que emplean.
2) Buen conocimiento de la teoría psicodinámica.
3) No forzar explicaciones psicopatológicas.

En relación con la patología del paciente, a mayor especificidad del trastorno, menor cantidad de conflictos nucleares.
La evidencia clínica también muestra que los disturbios que se asocian con acontecimientos desencadenantes bien definidos, responden a las intervenciones psicoterapéuticas más rápido y satisfactoriamente –indicación precoz– que aquellos que han tenido un comienzo insidioso o los casos en los que se demora la indicación psicoterapéutica.

En cuanto a la extensión del tratamiento, si bien los conflictos son desplegados dentro de la relación terapéutica, y considerando que los cambios puedan ser facilitados pero no apurados, se requiere tiempo para cualquier modificación sintomática; el interrogante es si ese tiempo debe ser llenado con sesiones o no. En seguimientos a largo plazo, una vez
finalizado el tratamiento planificado para la resolución del foco temático, se puede observar que la elaboración tiene lugar de manera significativa, muchas veces, a posteriori de la relación psicoterapéutica específica: estabilidad de resultados positivos.

Por eso es que en este modelo dimensional lo más importante es establecer si los estilos de afrontamiento son adecuados para cada suceso y/ó amenaza. Por lo general lo que se puede afirmar es que en realidad la escasez o la estereotipia de recursos tiende a ser patológica y la variabilidad impresiona como más saludable o adecuada. Se puede plantear que la tendencia patológica se podría evaluar aún antes de su evidencia –la sintomatología somática- por los indicadores de escasez, rigidez o falta de oportunidad.

Se debe explorar y cuantificar la vulnerabilidad y la resiliencia del paciente que dependen principalmente de su historia y actualidad vincular. El vector vincular es el que daría la posibilidad de evolucionar de la vulnerabilidad a la resiliencia. En ese sentido este modelo quiere poner en evidencia el valor de los vínculos tardíos, de las figuras de apego sustitutivas y de todo lo que significan adquisiciones en vínculos intersubjetivos significativos. Siempre hay posibilidades de nuevos desarrollos en condiciones adversas o existiendo una historia de adversidad, en la medida que exista lo que entendemos como red vincular. Como tal definimos tanto la presencia como la interiorización de relaciones significativas que se traducen en una percepción de apoyo. El concepto de apoyo incluye tener tanto a quien recurrir como en quién pensar para sentirse reconfortado o motivado e incluye aspectos emocionales, informacionales y tangibles. El concepto de stress incluye tanto los vínculos hostiles, exigentes ó confusos como la sensación de no tener a quién recurrir. Ambos aspectos determinan un balance que da lugar a la percepción de sostén.

El otro componente del vector vincular lo constituye las características del apego (tendencia primaria a buscar contacto y apoyo y crear lazos afectivos intensos con personas significativas, independientemente de la necesidad nutricional o el deseo sexual). Las características del apego se manifiestan en las modalidades de establecimiento de vínculos, en los mecanismos de defensa, en el modo de procesamiento de las pérdidas y en las estructuras cognitivas y narrativas del sujeto.

Medidas preventivas:

  • La relajación ayuda a controlar el estrés. Es beneficioso llevar a cabo, al menos durante 10 minutos al día, disciplinas como el yoga o ejercicios de control corporal.
  • No hay que descuidar la alimentación, que ha de ser variada. Los
    nutricionistas apuestan por una dieta que incluya frutas y verduras, además de
    cereales y arroz integral.
  • Se aconseja el consumo de carne y productos lácteos no excesivamente grasos o dulces.
  • En la medida de lo posible, se recomienda eludir el abuso de alimentos enlatados y de platos elaborados con harina blanca.
  • Tampoco se aconseja abusar de productos enriquecidos con nata, de embutidos, grasas, bollería industrial o bebidas estimulantes.
  • Dormir el suficiente número de horas y hacerlo de forma regular.
  • Es bueno establecer una rutina antes de acostarse.
  • Evitar el alcohol y tabaco.
  • Es muy recomendable realizar ejercicio aeróbico, como caminatas, dicha actividad reduce la ansiedad y mejora los síntomas depresivos. Se aconseja 30 minutos tres veces por semana, si no hay contraindicación.
  • Infusiones de manzanillas o valeriana, entre otras.


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